Tonada de la muerte Desde el día que me alumbra, hijo me llama la muerte y así repite mi suerte entre penumbra y penumbra. Pero la luz me deslumbra y siento afán de guardarla de rehacerla y sembrarla para que nazcan ventanas y salgo a fundar mañanas pese a la muerte y su charla. La muerte ronda conmigo hasta muy tarde en la noche. Yo voy a pie y ella en coche, silencioso, de testigo. Sabe que soy su enemigo, su hijo desobediente, por eso silba entre dientes una tonada de aviso. Y yo, aún sin permiso, sueño más resplandeciente. La muerte, madre y consejo, rompe a afilar la guadaña, me alza la voz, me regaña porque no espero a ser viejo. Traspasando su entrecejo llego al fondo del secreto y con crecido respeto veo como se deslizan dos lágrimas, por las lisas mejillas de su esqueleto.