No sé parar al viento de mis hélices, 
los huracanes de mis vértices. 
No hacemos más que transitar. 

Mejor será 
que empiece yo 
y me acerque más, 
al punto casi de rozar 
la risa de la oscuridad. 

Pero ríndete, 
como se rindió el sillón, 
como se entregó el rubor 
del mejor atardecer. 

Ríndete, 
que no te queda más remedio 
que entregarte amor, 
ríndete, 
que en tu alegría yo me hago fuerte, 
ríndete... entrégame tus armas 
sin condición, 
que no hago prisioneros 
en mi corazón. 
Dios mío, dime qué es 
lo que yo puedo hacer 
para decirle adiós.