Tu imagen me llegó a las seis menos diez y no pude dormir ni un instante después: te confundías con mis sábanas, te me enredabas en la sien. Lucías tan real que casi fui feliz, pero a las seis y diez me comprendí sin ti: eran mis solitarias sábanas y una habitual mañana gris... Y tú eras mi viento, mas no a favor; eras mi barca en el pedregal; eras mi puerta sin tirador; eras mi beso buscando hogar. Y tú eras un parto de antigüedad, maña de un diablo despertador; eras espuma de soledad, carne con llagas de desamor. Y así fuiste la otra mitad de amanecer que no alumbró jamás.